domingo, 11 de marzo de 2012

SUEÑOS

Hay ocasiones en que pienso que quizás los silencios se visten, para ser desvestidos por la suavidad de la propia seda. Que ella siempre fingió sus caricias y dulces palabras y besaba mi piel retando el sentido de sentir. Son latidos que no tienen nombre porque nunca antes se pudo poner voz a la inexplicable dulzura del único dulce de la vida.


Por todo ello, ahora quisiera hacerle el amor a la Luna, recorrer cada milímetro de su cuerpo de mujer, demostrándole que nadie podrá quererla tanto como yo y haciéndole llegar al orgasmo que roza el límite del desmayo neutro, ese segundo en el que el mundo no tiene más remedio que pararse para escuchar el gemido bañado de suspiros por atreverse a rozar el cielo con los dedos de las manos al compás de mis besos...


Yo puedo llevarla ante las puertas de lo inimaginable con mis manos, puedo darle nombre al placer con mis labios, puedo hacer que mis manos formen parte de su cuerpo humedeciendo sus palpitaciones elevándola al sentido máximo en dónde las letras no tienen sentido y el lenguaje se olvida en la piel, en cada parte escondida en un abrazo eterno.


Más allá del alma, más allá del ser, más allá del sexo, lejos del anhelo, del deseo, fuera de todo, sigo retando a mis propias letras por querer explicar el aire que le falta a mi cuerpo cuando cierro los ojos imaginando cómo sería hacerle el amor a la misma musa de mis sueños, diosa de todo latido, dueña de todo mi ser y testigo cómplice de mis secretos, aquellos que nunca te conté.


Y no es la Luna precisamente… porque ella es mujer.