domingo, 12 de septiembre de 2010

SOÑANDO

Dicen que soñar es gratis, pero yo creo que siempre se tiene que pagar un precio por viajar al maravilloso mundo de los sueños, y es que arroparse en los brazos de Morfeo, implica aceptar la letra pequeña que nunca se lee.

Quizás pretenda huir de los sentimientos que caminan de la mano junto a las emociones, pero es inevitable sentirse vulnerable cuando tu mente se encuentra fantaseando en ese mundo que tantos colores, hadas y duendes tiene.

Soñar significa sentir, sonreír cuando despiertas y crees que se ha hecho realidad, llorar, cuando el vacío retumba dentro de tu corazón, al darte cuenta que no, que ninguno de tus sueños ha traspasado la línea que separa a esos universos paralelos, tan lejanos y a la misma vez tan cercanos.

Te sientes frágil cuando descubres que por mucho que niegues, tú también sueñas, pero, ¿alguna vez has dejado de hacerlo? Y todas las veces que lo has hecho, has pagado el precio de sentir como la sangre recorre tu cuerpo, bombeando con más fuerza a cada lágrima o resquicio de felicidad, con cada uno de esos suspiros, con esas cosquillas que recorren tu estómago por sentirte emocionado, o aterrado.

Y es que, si existe algún momento del día en el que soy consciente de lo vulnerable que puedo llegar a ser en una determinada circunstancia, es cuando estoy en mi cama solo, soñando despierto, o dormido. Descubro que sí, que no soy tan fuerte, que mi cabeza vuela sin permiso, que mis manos dibujan cinturas, que las estrellas iluminan mi cielo, que mi mundo no es tan diferente al tuyo.

Y me siento desnudo cada vez que el cielo me envuelve con el reflejo de un corazón y destapa cada una de mis mentiras, ¿tan poco sé disimular? Pero luego llega el día con su luz y un tupido velo oculta de nuevo mis temores.