Mientras paseo me encuentro con una chica muy guapa que pinta y vende cuadros, palabras escritas con pinceles que recrean el interior de su corazón. Dibuja inquietudes, sueños, las hojas de un otoño castigado de cara a la pared, que parece no llegar nunca a su destino.
Miro las pinturas buscando nada y de repente, encuentro un paisaje muy familiar. Sin quererlo, ella dibujó la intimidad de mi alma. Dio forma a lo que yo nunca supe darle, creó texturas suaves, silencios espesos, colores imaginarios, besos delicados, caricias eternas…
Ella hace que todo parezca sencillo, cuando en realidad nada lo es. No puedo negarlo, la envidio, la envidio por poder hacer lo que yo no puedo, poner un alma a la voz interior, poner un color al reflejo de los suspiros, crear un todo de las lágrimas que se escapan cuando cierro los ojos cada vez que miro al horizonte del cielo, cada vez que busco la línea que separa el azul de lo celeste, el blanco del gris, el amarillo del dorado…
Supongo que la magia está ahí, en sus manos y yo tan solo puedo admirarla sonriendo, quizás aún quede un poco de esperanza, a lo mejor un día no muy lejano yo también pueda aprender a dibujar esos paisajes, pero mientras ese día llegue, seguiré caminando.
Hoy, las palabras se aturullan en un sinfín de sinrazones, camino despacio, quizás así pueda prestarles atención.
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